¿Cómo me relaciono con los demás? ¿Qué máscaras utilizo? ¿Por qué las utilizo? ¿Qué me convendría y me gustaría mejorar? Si queremos disfrutar de unas relaciones sociales estimulantes, auténticas y plenamente satisfactorias, en la que podamos crecer y desarrollarnos personalmente, tenemos que aprender cuales son nuestros condicionantes, nuestro estilo por inercia, nuestra rigidez y nuestras potencialidades. Para gozar de relaciones maduras y saludables tenemos que reconocer nuestra forma de actuar y pulir aquello que nos conviene mejorar.
En este artículo pretendo cuestionar nuestras formas de socializarnos y relacionarnos con los demás, con el objetivo de hacer reflexionar sobre factores a menudo inconscientes, que condicionan nuestra forma de interactuar en grupo y, a partir de aquí valorar los posibles cambios que podría realizar. Y es que muchas personas dicen estar abiertas a los cambios, a crecer personalmente pero pocas están dispuestas a viajar a las penumbras de su mente donde realmente radica la raíz profunda, a partir de la cual uno puede tomar conciencia de si mismo y mejorar, si verdaderamente quiere.
A menudo, según los entornos grupales en que nos relacionamos, adoptamos unos patrones de conducta determinados y por costumbre lo solemos perpetuar una y otra vez en los diferentes contextos. Los aprendizajes realizados, como explicaremos más adelante, nos impulsan según el contexto en el que estemos a actuar de esta forma e, inconscientemente por inercia activamos los diferentes recursos y estrategias de relación.
Desde una perspectiva situacional Sargent (1951, p. 360) postula que, «un rol es un modelo de conducta social que aparece situacionalmente apropiado a la persona en términos de las demandas y expectativas de quienes pertenecen al grupo». Así, cuando un sujeto es «caracterizado en un rol se tiende a atribuirle todas las características de dicho rol, independientemente de las actuaciones y atributos reales de éste» (Páez y colaboradores, 1994, p. 162)
Lo que quiere decir esta afirmación de Sargent es que es el propio grupo quien nos asigna el papel que le conviene en su función teatral, según aquellas características que ve en nosotros y que más le convienen. Los grupos, por norma general intentarán preservar su estructura, y en este sentido, los roles que ejercen cada miembro permitirán hacer predecibles los comportamientos de sus miembros y sus diferentes interacciones. Por lo tanto el grupo no va a facilitar que una persona intente cambiar su forma de relacionarse, no facilitará el cambio ya que ello supondrá un cambio en el propio grupo y una pérdida de aquella predictibilidad asociada al antiguo papel asignado.
Como dice el particular mantra de María Palacín, mentora y referente, “No hay cambio sin Conflicto”. Así que quien quiera variar su forma de relacionarse con los otros, ampliar su abanico de estrategias y de estilo, deberá luchar contra su propia comodidad y contra la resistencia de los grupos en los que se socializa con normalidad.
Por otra parte, desde una perspectiva personal Lemoine y Lemoine (1979), en el marco de la teoría psicoanalítica, consideran que los miembros del grupo tienden a repetir siempre los mismos roles clave que han sido aprendidos en las primeras etapas de la vida en el seno de la familia. Estos roles, que son relativamente fijos, se manifiestan con bastante regularidad en los grupos y responden a unas vocaciones particulares de las personas que los asumen. Los miembros del grupo tienden a repetir una y otra vez un rol-actitud debido a una actitud inconsciente de la que no pueden liberarse fácilmente.
En la misma línea, comparto también la reflexión que hace López-Yarto sobre la teoría de las relaciones objetales de Melanie Klein: “Yo, desde mis primeras experiencias, hice mía una forma de ver a los demás, de vivirles, y de reaccionar ante ellos. Ahora no hago sino proyectar en cada persona que encuentro en la vida contenidos que pertenecen a mi mundo interior. Llevarse bien con las personas parte, antes que nada, de aclararse como yo las veo. Qué hay de suyo y qué de mío en el mundo de afectos que nos une. (López-Yarto, 2007)”
Como postulan estos autores las relaciones que establecemos desde pequeños en nuestro marco familiar condicionan nuestra forma de relacionarnos con los demás, bien repitiendo o huyendo de patrones observados en nuestra familia, trasladando el rol y la forma de interactuar que hemos llevado a cabo en este entorno familiar a los demás grupos y contextos, y realizando proyecciones en las demás personas de contenidos que pertenecen a mi mundo exterior y no a los demás, como planteaba Melanie Klein.
Por lo tanto si queremos tomar conciencia de buena parte de nuestra forma de ser, de concebir a los demás y de relacionarnos con ellos es necesario hacer este “Viaje hacia Dentro”, por incómodo que sea, porque para cambiar y crecer primero es necesario conocer nuestras raíces y cómo en consecuencia hemos construido nuestro tronco, ramas, hojas etc. Reconciliarnos con nuestros fantasmas para no proyectar sombras en nuestro entorno.
¿Cómo me he relacionado hasta ahora con los demás? ¿Cómo ha influido mi experiencia personal en mi forma de relacionarme? ¿Qué aspectos me gustaría cambiar de mi forma de interactuar? La respuesta estas preguntas solo la tiene uno mismo, igual que la posibilidad de cambio.
Para Jacob Levy Moreno la Espontaneidad es la clave para poder interactuar y relacionarse adecuadamente. Espontaneidad en el aquí y ahora, libre de condicionantes, prejuicios, normas e imposiciones. Ser capaz de dar nuevas respuestas a nuevas situaciones, y respuestas nuevas a la misma situación, adaptándose adecuadamente al contexto. Liberarse de la rigidez que el inmovilismo y la inmutabilidad imponen y experimentar nuevas formas de ampliar el abanico de posibilidades de interacción.
Los postulados de Moreno eran especialmente lúcidos y bonitos, ya que como hemos comentado a lo largo de este artículo son múltiples los factores que condicionan nuestra forma de actuar y relacionarnos con los demás, pudiendo crear cierta rigidez en nuestros patrones de interacción. Para poder estimular la chispa de nuestra Espontaneidad primero habrá que hacer el trabajo de conocerse, de abrir nuestras habitaciones cerradas, de mirarse al espejo y de verse en los ojos de los demás y sólo a partir de aquí, podremos ampliar y enriquecer la gama cromática de nuestra paleta interaccional, podremos flexibilizar nuestra forma de relacionarnos, ampliar el abanico de estilo y recursos. Relacionarnos de forma más saludable, madura, plena y satisfactoria.
Exploremos todo lo que hay y lo que sucede detrás del telón, reescribamos el guión si hace falta, el guión de un personaje lleno de matices y detalles y salgamos al escenario a actuar de forma verdaderamente Auténtica y espontánea.
Referencias:
Sanchez, J. (2002). Psicología de los grupos teoría, procesos y aplicaciones. 1st ed. Madrid (España): McGraw-Hill.
López-Yarto Elizalde, L. (1997). Dinámica de grupos. 1st ed. Madrid: Desclée De Brouwer.
Sanchez, J. (2002). Psicología de los grupos teoría, procesos y aplicaciones. 1st ed. Madrid (España): McGraw-Hill.
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