Tengo el placer de compartir otro artículo que publiqué en la Revista Insight, un proyecto cargado de ilusión y de geniales ideas que llevamos a cabo un grupo de compañer@s. Os recomiendo que entréis y os sumerjáis entre los diferentes artículos que hemos publicado todos y todas con el fin de divulgar nuestros conocimientos de Psicología y aportar diferentes puntos de vista que nos puedan ayudar a nutrirnos personalmente.
Todo el mundo tiene su propia coraza, su mecanismo de defensa, su escudo personal para protegerse del daño que pueda sufrir, para blindarse contra el dolor.
Los mecanismos personales de defensa que cada uno posee tienen la importante función de mantener nuestro sistema psicológico intacto, nuestro mundo interno a salvo, proteger la íntima vulnerabilidad de cada uno de nosotros frente a las posibles amenazas externas.
Es una función verdaderamente necesaria para poder sobreponerse a los contratiempos y no hundirnos cada vez que nos ocurre algún hecho negativo para nosotros, sin embargo en ocasiones estas propias defensas encargadas de protegernos pueden acabar convirtiéndose en el eje problemático que nos causa malestar o que no nos permite vivir más plenamente. Si estos mecanismos de defensa tienden a tomar el control de nuestras vivencias emocionales impidiendo que experimentemos aspectos tan necesarios como el sufrimiento, la angustia o la incertidumbre pueden producirnos un bloqueo emocional aún más duro y perjudicial que el propio dolor que inevitablemente acompaña en parte la existencia. Nos pueden aislar y encadenarnos sin darnos cuenta a una vida letárgica y anestésica. Como pide el cantante de Radiohead desesperadamente en la canción No Surprises, una vida tranquila, sin alarmas ni sorpresas, un analgésico contra las emociones.
En este sentido cada uno debería ser consciente de cuál es su “sistema de defensa”, su coraza, su método de protección, y en caso contrario no supondrá una gran dificultad descubrir cuál es. A continuación expondré algunos ejemplos de escudos personales, de sistemas de protección no del todo saludables y que bastantes personas esgrimen como un recurso para afrontar las dificultades: muchas personas tienden a evitar situaciones o circunstancias en las que por algún motivo en concreto pueden sufrir algún tipo de pérdida o daño, de forma que si no las llevan a cabo previenen la posible amenaza. Otras pueden adoptar una actitud pretendidamente dura, impasible con tal que los hechos negativos no les afecten, algunas presentan una actitud agresiva al estilo de defenderse atacando y así tener siempre las defensas a punto. Muchas personas prefieren evadirse frente a los problemas o circunstancias negativas, aislarse del mundo, del entorno, de los sentimientos, refugiarse en si mismas, en una posible fantasía, en sustancias estupefacientes… En fin el modo en que cada persona trata de protegerse del daño potencial que conlleva vivir es innumerable.
Si tratamos de evitar el sufrimiento, amputamos una parte fundamental de la vida y con ella todos los aspectos positivos que pueden constituir la otra cara de la moneda: el triunfo, la alegría, la consecución. Generalmente no hay posibilidad de logro sin una probabilidad de fracaso y de dolor.
No estoy hablando de prescindir por completo de los sistemas de defensa o mecanismos personales de protección, tampoco de saltar al vacío con los ojos cerrados,¿o quizás sí? Quizás sería conveniente vivir con menos miedo a la caída, a la más que segura e inevitable caída que tarde o temprano sufriremos todos en algún momento, quizás así sentiríamos una mayor ligereza y no viviríamos atrapados por las “leyes de la gravedad” que nos atan al suelo y no nos permiten elevarnos y crecer. Quizás todo sea una simple cuestión de prioridades: seguridad o riesgo.
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